La España falsa

ESPAÑA no tiene el horno para bollos ni viceversa. No sólo ya no sabemos a qué atenernos sino que no sabemos a qué se atiene nadie, amigos o enemigos, materiales o espirituales. Empieza a parecer que la Redención de la Humanidad a través de un intocable -el Cristo- no se ha consumado: ni en lo religioso ni en lo político. Y caben toda clase de dudas sobre la buena voluntad de todos. Poner un punto y aparte como la copa de un pino, a nuestra secular edad de cero, es un precio desolador. Porque no nos fiamos ni de la madre que nos parió -hablo en conjunto- ni de los padres que nos engendraron. Antes creía que era yo solo, por razones de salud, el que me encontraba desatendido; ahora miro a mi alrededor y sólo veo sorpresas. Es hora de que los problemas estén situados en sus estantes ascendentes según la respectiva importancia: o nos ponemos de acuerdo en eso al menos o vamos a tomar mucha morcilla en común. Un respeto mutuo, con su mediana educación, aun fingida, vendría bien a todos: catalanes, ladrones, andaluces, infantes. O el cadalso. Un punto y aparte, desde la Casa Real a La Moncloa, alcaldías, gobiernos, etc., sería muy prudente. ¿Por qué no iniciamos algo así? ¿O no se ha muerto aún Franco?